lunes, 25 de junio de 2012

El agua potable y el Arsenal de la Carraca

     La Carraca carecía de agua potable en su perímetro a pesar de estar rodeada de agua y sufrir constantemente los problemas que la humedad producía en sus cimientos, construcciones y ambiente. La que le llegaba era de mala clidad y con poca higiene, debido al trasiego de envases que sufría el líquido desde su punto de origen, el paso del caño en barcas y su reparto en determinados puntos hasta finalmente su consumo.

     El suministro se había contratado, al igual que antes se había hecho en el carenero de Puente Zuazo, con la familia Ricardo, dueña de la Hacienda de las Anclas, popularmente conocida como La Aguada, situada al noreste de los terrenos de la población de San Carlos. En 1717 se contratan 50 cuarterolas diarias a razón de 750 reales de vellón al mes; en 1738 se vuelve a contratar y en 1753 se aumenta el contrato hasta un suministro de 1200; el consumo diario llegó a las 280 cuarterolas (1).
     Barros Caneda (2) nos dice que el plano del Arsenal de 1724 muestra ya una especie de acueducto por el que llegaría el agua hasta un canal transversal que lo surtiría del preciado elemento.

     En 1801 se construyen tres cisternas para almacenar este agua (3), que provenía de un aljibe de agua que sería reparado en 1828 (4).

     Siendo Ministro de Marina, Francisco Javier de Ulloa remedió este gravísimo problema que constituía una de las mayores necesidades de La Carraca. En 1833 construye una tubería que, desde los pozos descubiertos en San Carlos, lleva el agua a la Avanzadilla y de ahí a la Puerta de Tierra (5). Sabemos que en 1830 el suministro de agua había supuesto un coste de 18.000 reales anuales (6).

     Para cuidar el pozo que surtía de agua potable al Arsenal se establece, en 1847 una plaza fija de noriante, con 10 reales de vellón al día de sueldo por R. Orden de 16 de abril. Esta noria estaba situada en la Avanzadilla, adonde llegaba un acueducto que vertía el líquido en un depósito del que se extraía por ese método. Desde ese punto era transportado a La Carraca en barcas, lo que suponía un enorme gasto en piperías y hombres que las transportaban. Este depósito sufría diarias roturas por las que penetraba el agua salobre.

     En vista de esto, en 1848 emprende la obra de traida de aguas el General Cruz, obra que terminará José Quesada Bardalonga en 1857.

     Así, la nueva conducción , de medio kilómetro de largo, va por debajo del caño a través de mangas de gutapercha hasta la Puerta del Arsenal, sobre la que se colocó un gran depósito de hierro con una capacidad de 131,314 arrobas. Este, a través de cañerias de hierro fundido, distribuye el agua a obradores, cuarteles y fuente monumental que se ubica en el centro de la plaza (7). Cesáreo Fernández Duro (8), abunda en el tema y nos puntualiza que, además de esta fuente, hay otro depósito, colocado en el parque para proveer a la población. Añade además que el agua provenía del pozo de San Carlos del que se extraía por una noria manejada por animales, que luego serían sustituidos por una bomba de motor.

     Los tubos de gutapercha colocados en 1857 habían sido comprados, desde Cuba, en Londres por los Generales Armero y Bustillo (9).

     Una R. Orden de 13 de agosto de 1857 establece que este acueducto nuevo, que viene desde la Población de San Carlos, surta de agua potable al Arsenal de la Carraca. De hecho había comenzado a funcionar unos días antes, el día 8.

     La R.O. de 6 de junio de 1889 establece que La Carraca, sus dependencias y los barcos serán abastecidos por la Compañía de Aguas de Cádiz. El contrato se hará fijando el número de metros cúbicos por día para el consumo; la administración se comprometerá por un mínimo diario de 120, al menos por 10 años. El precio del metro cúbico no excederá de 0,50 pts.

     discurrirá el agua por una sóla cañería que terminará en un depósito general, a construir por la citada Compañía, que comunicará con los depósitos y aljibes existentes. La Compañía correrá con los gastos de traida, conservación y entretenimiento. Se establecerá un contador en el nacimiento de la tubería general de desague, aunque habrá otros en las dependencias importantes para controlar el consumo. Queda muy claro que la maestranza no abonará el agua consumida. Tanto el proyecto del contrato como los planos de distribución serán remitidos al Ministerio de Marina.

     Cristelly comenta que en 1890, debido a las averías de las conducciones, gastos de mantenimiento y mala calidad del agua, se comienza a excavar un pozo artesiano, que pronto se paraliza. ¿Se refería al que aun puede verse entre la maleza en las cercanías de Cuatro Torres?.

     La última noticia sobre el tema la encontramos en un Real Decreto de 25 de enero de 1904. Según éste, en el presupuesto de 1905 se incluyen una partida de 100.000 pts. para construir un aljibe en tierra y otra de 480.000 pts. para construir dos flotantes como las del Arsenal del Ferrol.

     En la actualidad, La Carraca recibe el agua potable por una tubería que parte desde San Fernando, concretamente detras de la Venta de Vargas y atraviesa el caño por los bajos del Puente de Hierro, que da acceso a la actual Puerta de Tierra. Una vez traspasada ésta, se bifurca para abastecer al Arsenal y a la Empresa Nacional Bazán, respectivamente.

     Quedan vestigios de una antigua canalización que llegaba por la parte sureste del Arsenal, hasta la destruida Hacienda de bueyes, al otro lado del caño Espantatajeros, que parecía discurrir hasta el puente del ferrocarril. Paseando por las cercanías de esta antigua hacienda, hasta hace poco podían observarse algunos trozos de mangueras de gutapercha en cuyas uniones de metal podía leerse "...London...".

La Carraca, mayo de 1994

lunes, 18 de junio de 2012

El presidio del Arsenal de la Carraca

     De todos es sabido que, hasta épocas recientes, el grueso de la mano de obra en las construcciones de envergadura lo constituían los prisioneros; la guerra, la esclavitud y los delitos, tanto políticos como comunes, proporcionaban un abundante peonaje; este número se incrementaba  con los vagos, gitanos, judíos y niños sin oficio, como se aplicaba por ley.

     Para albergar a este tipo de población, que desempeñó un importante y activo papel en los orígenes de este Arsenal, se edificó un Presidio en La Carraca. En el plano de 1743, de José Barnola, aparece ya como un edificio cimentado y construido en madera, ubicado en el centro del recinto del Arsenal, aproximadamente en la manzana en la que actualmente se encuentran el tren de Lavado y "La fonda Correa".

     El Presidio que conocemos por Cuatro Torres, edificio posterior al citado, responde a un proyecto elaborado por Juan Cevada, aprobado el 24 de junio de 1763. Se realizó co mampostería, como el resto de edificaciones del Arsenal. Dirige su construcción Cipriano Autrant y se termina en 1765, teniendo capacidad para unos 2.000 presos. Las torres servirían de alojamiento de los capataces y para las oficinas (1). Se ubicó en un islote, entre los caños San Fernando y la Culebra, muy próximo a la batería de Santa Lucía.

     Desde su inauguración sirve de alojamiento a los galeotes y forzados que, hasta un número aproximado de un millar, se encargarán del acarreo de piedras y maderas; serán los alarifes, carpinteros, herreros y operarios que se encarguen de la construcción (2). En la construcción del primer dique de carena de 1785, nos consta que intervinieron activamente 300 penados (3).

     Según Barros, la portada se renueva en 1787 y, por cierto, llama la atención la similitud de su balcón con los del edificio de la Capitanía General del Departamento, sita en San Fernando. En l803 se renueva el establecimiento a la par que se crea en su interior una escuela para reclusos, a decir de Blanca Carlier. a pesar de esta remodelación resulta insuficiente para acoger a los 3.676 prisioneros tomados a la Escuadra de Rosilly, que en gran número habrán de ser alojados en pontones hasta ser repartidos entre los diferentes presidios de la Península y sus islas (4).

     Quién sí será custodiado aquí, rodeado de otros ocho jefes traidos así mismo a finales de 1812 desde Venezuela, será Francisco de Miranda. Este prohombre, con el grado de Teniente Coronel del ejército español, viajero incansable, escritor contumaz y defensor de la idea de crear una nación hispanoamericana, pasará aquí los últimos años de su vida hasta su muerte, acaecida el 14 de julio de 1816. Sus restos mortales se han conservado aquí por muchos años.

     Muchos habremos cantado alguna vez el famoso tanguillo gaditano de Los duros antiguos. Su letra está basada en un hecho real que guarda una cierta relación con nuestro presidio. El bergantín brasileño Defensor de Pedro, tras muchas tropelías y ataques piratas varó en las playas de Cádiz; bajo sus arenas enterró sus tesoros con rapidez para huir de la Justicia. No obstante, 16 de sus tripulantes permanecieron en este presidio desde 1828 hasta principios de 1830 en que se ejecutó su sentencia. Actuó como fiscal Jorge Lasso de la Vega, siendo aun Tte. de Navío (5).

     Por estos mismos años, en 1828 se abre un  expediente para establecer una enfermería en esta penitenciaría; un año después, el Ministro de Marina Luis María Salazar los aprueba como ensayo, con la limitación de no admitir enfermos contagiosos (6).

     En l848 se le aumenta la seguridad y se le reedifican dos de sus torres (7). Quedará completamente restaurado en 1858 (8), año en que se le asignará como segundo capataz a un Guardia Civil de 2ª clase: Joaquín Hernández Torrijos (9).

     En 1853 siguen sus internos ocupados en la fábrica de cal, yeso, ladrillos y tejas en unos hornos situados a extramuros del Arsenal, para las obras del mismo (10). El número de penados es bastante inferior a años anteriores -unos 400- por lo que ha de recurrirse a traer unos 150 penados desde Cartagena a partir de marzo de 1864, debido al mucho trabajo a realizar. Una R.O. de 21 de setiembre de 1854 se hace eco de esta necesidad de trabajadores y aumenta su dotación máxima hasta 650 penados, que se incluirán en el presupuesto de 1855. Un nuevo incremento se producirá el 12 de abril de 1856, alcanzando el número de 850  (11).

     La continua demanda de penados, estos constituían el peonaje en las obras por la dificultad de encontrar otros trabajadores, determinó la emisión de la R.O. de 8 de mayo de 1857, que recordaba que el Código Penal vigente permitía que se remitiesen a los Arsenales los sentenciados a pena temporal, establecía que se destinaran allí a los sentenciados a más de 12 años de condena desde Valencia y Granada. el tema no se zanja aquí, en 3 de agosto de 1863, una R.O. rebaja la exigencia hasta un mínimo de 10 años de condena, a la par que otra de 16 de setiembre de ese mismo año, lo amplía a 15 años. Tal vez esta oscilación pudo deberse a la R.O. de 22 de abril de ese año, que extendía el indulto real, otorgado el 17 de octubre de 1862, a los que por desertores cumplen condena en Cuatro Torres.

     Otra R.O. de 27 de mayo de 1876 aumenta en 300 el número de confinados; especifica que se remitirán aquí los que tengan las condenas más limpias, acaso para evitar que el hacinamiento provoque algún tipo de disturbios, de los que no tenemos noticias. Otra de 29 de diciembre de 1876 nos aclara el tema; ésta expone que, por los problemas políticos recientes, se confinaron aquí desterrados gubernativos y que, una vez acabados, no se permitirá de nuevo su internamiento sin expreso permiso del Comandante General. La oscilación en el número de confinados no cesa: el 22 de julio de 1878 se admite un máximo de 300 mientras que el 17 de diciembre de 1879 se aumenta a 500, de cara a los presupuestos de 1880 y 1881.

     A fines de 1856, el 5 de diciembre, se asigna capellán de la Armada a esta vasta población (12). Los penados, además de trabajar en el Arsenal, participan en otros trabajos en el exterior. Podemos encontrar cinco de ellos, uniformados y acompañados de su cabo de varas, en 1857 como peones en las obras de remodelación que se llevaban a cabo en el Observatorio de Marina de San Fernando; su número va aumentando progresivamente. El 13 de marzo de 1860 hay constancia de la fuga de Juan de la Cruz Ruiz, aprovechando un descuido durante la misa diaria que se celebraba en las obras; se dió por desaparecido tras dos semanas de búsqueda (13).

     Sendas R.O. nos aportan datos de interés; la primera de 7 de febrero de 1862 nos habla de una especial privación que sufría el condenado a presidio de Marina, en el momento de serle comunicada la sentencia. Consistía ésta en anularle de su ración de Armada el vino; la segunda se refiere al sueldo percibido anualmente por los capataces ordinarios, que ascendía a 3.000 reales. Tuvo que alegrar algo, en cambio, a estos reclusos la R.O. de 2 de enero de 1866; establecía que todo el perímetro del Arsenal se consideraba penal; por tanto, podían salir del cuartel y pasear; los condenados a cadena temporal o perpetua debían siempre llevarla puesta.

     Desde antiguo, los confinados que hacían trabajos duros y arriesgados recibían un plus además de su ración de Armada; el 31 de octubre de 1887, éste suponía 25 céntimos. Aparte de los trabajos desarrollados fuera del Presidio, en sus ratos libres venían obligados a elaborar estopa aprovechando la jarcia rota, mejorando con ello su economía. Pero este plus también desaparecerá para la marinería arrestada el 16 de junio de 1885, aunque no la obligación de hacer un mínimo diario cuya omisión se castigará. Los únicos que seguirán percibiéndolo serán los que, por algún tipo de enfermedad, no puedan salir a trabajar fuera. El mínimo establecido lo conocemos por R.O. de 30 de julio de 1885. Serán 2.760 gramos; si se necesitase más será recompensada a razón de 7 céntimos el Kilo. El 3 de junio de 1892 otra R.O. volverá a conceder la gratificación a los reclusos por todos los trabajos.

     Pocos años depués se aprueba el Reglamento de Cuatro Torres, el 19 de setiembre de 1899, aunque se publica el 22 de setiembre de 1902. A partir de ahora se denominará Penitenciaría Naval Militar  y dependerá del Ministerio de Marina; el Comandante General de la Carraca será su subinspector y el Ayudante Mayor su comandante neto. Ejercerá de Capellán el 2º Capellán de la parroquia y de médico el del Arsenal.

     En este establecimiento ingresarán los condenados de la Armada por delitos militares y los presos comunes con condenas menores a 6 años. Podrá albergar hasta un número de 300 confinados que serán divididos en 4 brigadas, subdivididos en ranchos de 10 personas como máximo y guiados por un cabo. Se considerarán peones estatales y trabajarán en los bombos, tendiendo y retirando el puente, para que puedan atravesarlo las maestranzas, y tripularán los bombos y botes de pasaje; la mala conducta se castigará retirando la remuneración percibida por hacer estopa. Los de buena conducta y los penados leves serán los que trabajen en la estancia de bueyes. No se emplearán en las tareas domésticas.

     Podrán trabajar para los particulares que lo soliciten a cambio de una remuneración; ésta se les ingresará en cartillas de las que podrán disponer al finalizar su condena o se les remitirá a su familia.

     En lo referente a su uniformidad, cada uno vestirá el del cuerpo a que pertenzca con algunas variaciones; tendrán un mismo distintivo de confinado: gorro de paño pardo con cenefa roja con las letras P. N. M. y la camiseta de bayetón rojo. En sus pantalones se verán unas franjas rojas en los costados. En invierno vestirán pantalón azul turquí y camiseta de paño, alpargatas, elástico y calzoncillo de lienzo; en verano su pantalón y camiseta serán de lienzo crudo y se cubrirán con sombrero de paja.

     Se regirán por los toques de campana  y corneta.

     Una R.O. de 13 de diciembre de 1889 establece que, al ser éste el único presidio naval militar existente, podrán cumplirse en él penas de prisión militar mayor; este tipo de condenado, no obstante, estará totalmente separado de los penados por delitos comunes. En 1936 fueron recluidos aquí los sublevados el 21 y 24 de julio (14).

                                                                                                     
Arsenal de la Carraca, agosto 1994
Ana Mª García-Junco del Pino
                                                                                                 

domingo, 17 de junio de 2012

Los Diques del Arsenal de la Carraca

     Una vez organizada la Marina Militar en España es necesario mantenerla operativa. Así Felipe V, auxiliado por el Intendente General Patiño, comienza el proceso de creación de los arsenales estatales de la Armada, infraectructura con enclaves industriales para tener a punto los buques. Al ser Cádiz la zona que ofrecía mayores ventajas, rápidamente se comienzan a buscar en la zona los terrenos idóneos para construir los diques dentro del Arsenal de la Carraca.

     En el Proyecto general de construcción de este Arsenal, atribuido a Ignacio Salas y fechado en torno a 1720 (1), aparecen dos diques para carenas en seco y construcción de barcos, así como dos astilleros para botar los barcos construidos. Estos se ubican en el lado oeste, alternativamente dispuestos, y cercanos a la llamada Plaza de Construcción.

     Las extensas obras a realizar fueron encomendadas al ingeniero José Barnola, quien comienza su ejecución por el lado norte del Arsenal. Un plano diseñado por Cipriano autrant, director de construcciones, y con fecha de 1733, muestra la propuesta de creación de dos astilleros unidos entre los diques proyectados. Parece ser que esta innovación al proyecto general queda en mera idea, más nos da a entender el avance de las obras ejecutadas en el recinto.

     Con motivo del voraz incendio ocurrido en la Carraca en 1743, se conserva un plano que nos muestra el estado de las obras en esa primavera; en el paraje que debían estar los diques, aun no se había iniciado construcción alguna.

     En 1750 se presenta otro Proyecto general sobre la Carraca, elaborado por el C.N. Cipriano Autrant, Director y Comandante de la Maestranza de arsenales y Director General de construcción. Este presenta en la zona oeste 4 rampas de astillero para la construcción de barcos y otras 4 pequeñas rampas a lo largo del muelle, para facilitar el acceso de las piezas a este área, delimitada por una arboleda y donde escasean las construcciones. Este espacio abierto permitía la construcción de las piezas de los barcos. Este proyecto es más funcional y dinámico que el primero a pesar de contar con un diseño más simple.

     El advenimiento del Marqués de la Ensenada al Ministerio de Marina impulsó la ejecución de las obras, al ser necesaria una fuerza defensiva que se opusiese al poderío inglés. Así, la Carraca toma vida oficial con una Real Orden de 3 de octubre de 1752. Jorge Juan es encargado de los establecimientos navales.

     Jorge Juan, ayudado por el ingeniero José Barnola, proyecta un Plan general que, aunque respeta las construcciones realizadas, modifica la ordenación general del establecimiento. Este se plasma en un plano firmado por ambos en Cádiz el 30 de enero de 1753. La zona que más desarrolla es la de astilleros. Aparecen en ella 9 gradas y rampas de construcción de barcos, que en planos posteriores aparecen como ejecutados, y en las que él mismo en su informe expresa "gradas en las que actualmente se construye y carena..."

     Jorge Juan y Barnola proyectan además, según Sánchez Bort, dentro del plan general de edificaciones de la Carraca, dos diques para carenar en seco grandes embarcaciones, situándolos en la llamada Plaza de la Construcción, entre la Puerta de Tierra y las balsas de construcción. La obra se presupuestó en 9,5 millones de reales. Tras su aprobación comienzan las excavaciones y la construcción de malecones necesarios mediante el clavado de estacas para contener el fango en 1753. Las dificultades que presentó el terreno hacen que las obras se paralicen durante un año. En plano firmado por Barnola el 1 de mayo de 1754 (3) aparece un malecón frente al paraje donde se construirán los diques de carena, para que entren las aguas en las excavaciones y rampas para bajar las maderas al caño y al interior de los astilleros.

     En 1757 surge un nuevo proyecto para la ejecución de estos de la mano del experimentado constructor Mateo Millán que, aunque es aprobado por la Junta de Generales, es desestimado por Jorge Juan fracasando la tentativa. En 1763 Juan Gerbaut corrige el proyecto anterior y lo presena presupuestándolo en 130.000 pesos de 15 reales. De nuevo Jorge Juan se muestra contrario y se desiste de su  onstrucción.

     En 1775, por Real Orden firmada por González Castejón, Julián Sánchez Bort, ingeniero y arquitecto titulado por la Real  Academia de San Fernando, es requerido para pasar a Cádiz a construir un dique en la Carraca. Causas mayores demoran su llegada hasta que una Real Orden de 19 de agosto de 1788, firmada por Valdés, le conminan a realizar el proyecto tan necesario de construir dos diques para navíos de mayor porte. En 3 meses tiene elaborado el proyecto, que será aprobado por Real Orden de 20 de enero de 1784, firmada por Valdés.

     Los trabajos comienzan en el acto superándose las dificultades encontradas, aun mayores a las previstas y de difícil solución. Cuando se habían excavado 5 varas, con una inclinación de 45º comienzan los derrumbes. Se disminuye la inclinación a 22º y se clavan 3 filas de estacas, pero de nuevo acaece otro formidable derribo que se lleva la Puerta de Tierra del Arsenal, distante 40 varas, y los 5 órdenes de estacas de cimentación que formaban el malecón... Había que actuar con rapidez; clavar estacas de haya de 10 varas de largo y un pie de diámetro, con separación de una vara entre ellas para comprimir el terreno impidiendo que la subida del  fango moviese las estacas. Para esta labor se auxilian de máquinas, cada una de ellas movida por 20 peones;a continuación, y con la misma rapidez, había que cortar las estacas a nivel, colocar sobre ellas largueros y cruceros para formar una especie de emparrillado... A pesar del tesón algunas de las estacas se volvían a elevar debido a la velocidad del fango.

     Tanto arduo trabajo agotaba a los obreros. Debido a ello se les concedió una ración de aguardiente (4), prerrogativa que se amplió a los ingenieros en 1785. Como tantos otros, en el interín enfermó Sánchez Bort, quien fallece el 31 de agosto de 1785; se encargó entonces de continuar la obra, nombrándosele ingeniero jefe, el ingeniero de Marina Tomás Muñoz, quien había sido su ayudante. Este solucionó completamente el arduo problema de construcción hidráulica, fundando sobre el fango los diques de carena de la Carraca.

    Tomás Muñoz dirige la construcción de los muros de este primer dique a plena actividad, revistiéndola de cantería en su interior y superando los constantes derrumbes; hace la poza de bombas y el caño de comunicación al dique y, para ello, han de extraer las estacas clavadas en 1753 al intentarse realizar estas obras. Fueron difíciles de sacar aunque, una vez examinadas, se comprobó que se mantenían en perfecto estado.

     Finalmente, el 14 de octubre de 1786 se concluye el primer dique y se abre el caño de comunicación. El coste total en mano de obra han sido 774 operarios y 300 presidiarios, algunos de cuyos nombres conservan los libros de defunciones conservados en la iglesia parroquial de Nuestra Señora del Rosario, sita en el Arsenal; el económico asciende a 10.120,592 relaes de vellón.

     Cuando aun no se habían terminado las obras de este primer dique, que recibiría el nombre de San Carlos, el 27 de diciembre de 1785 se ordena la construcción del segundo, llamado San Luís; el tercero, llamado San Antonio y destinado a fragatas y navíos de 60 cañones, se construirá por Real Decreto de 23 de febrero de 1788. Los tres siguen las directrices de Sánchez Bort y son dirigidos por Tomás Muñoz.

     El dique de San Carlos, el primero construido en la Carraca, se estrena el 16 de diciembre de 1786 con el navío de 3 puentes, cuatro según algunos autores, llamado Santa Ana, de 20 pies de calado a popa y 17 a proa. El acto solemne fue presidido por el Capitán General D. Luís de Córdoba. Acudieron a este acto muchos millitares y personas distinguidas gracias a una Real Orden que, excepcionalmente y por la espectación que había provocado este espectáculo, permitió a estas personas acceder a este recinto restringido (5); el dique fue bendecido a las 11,00 horas. Se aprovechó la menor marea de la luna y casi de todo el año, pero aun había sobre el batiente y los picaderos de popa de éste 22 pies de agua. Elnavío consigue asentarse a las 14,00 horas; a las 17,00 horas se cierran las puertas y, a la media hora de empezar a repuntar la marea, se abre la compuerta de comunicación a la poza de bombas, bajando el nivel del agua 20 pulgadas.

     entonces comienzan a funcionar 16 bombas de cadena aspirantes, de lento manejo, que manipulaban los penados o condenados a bombas; eran las 18,00 horas. Una hora más tarde se suspende la faena por agotamiento de los operarios; no obstante, se había logrado descubrir el primer piso de la poza.

     Tras 12 horas de trabajo efectivo  quedó el dique en seco. La sitisfacción fue general; se aplaudió la solidez, la hermosura y la buena construcción del mismo. En Europa no se conocía otro igual. Medía 114 varas de largo, 12 pies de profundidad y 21 pies de anchura por la parte recta; en la curva contaba con 29 varas en la parte superior y 17,5 en la inferior. El grosor de sus murallas era de 10 en la parte recta y, en la curva, de 12 en el pie y 4 en ,a superior.

     El subinspector del Arsenal, D. Fermín Sesma, en la inauguración dió un convite de 66 cubiertos al que acudieron el director de la obra, Tomás Muñoz, altas graduaciones, varias señoras, el comandante de Ingenieros Francisco Aután y el comandante del Arsenal, Pedro Winthuysen.

     No queremos terminar la exposición sobre el tema del proceso de realización del Dique de San Carlos sin apuntar algunas consideraciones. La primera de ellas se refiere a las Bombas de achique. Es chocante que Juan Llabrés, en quien nos hemos apoyado documentalmente, no consigne el uso de las bombas de achique a vapor en este momento de la inauguración. De todas formas no resistimos la tentación de aludirlas, ya que el mismo autor lo hace en otros artículos.

     debido a lo fatigoso que resultaba el manejo de las bombas aspirantes de cadenas, servidas por los condenados a ellas que en más de una ocasión no eran suficientes por la morbidez que les ocasionaba este arduo trabajo, se mandó construir una de fuego que extraía el agua por el proceso de rarefacción o condensación del vapor de agua. servía como auxiliar a las de cadena, por las constantes averías que sufría en los primeros tiempo, aunque era capaz de dejar seco el dique en pocas horas.

     Esta bomba de vapor era capaz de sacar 90 arrobas de agua por minuto; tenía un diámetro de 1 pié y una altura de 6. Existía antes de 1785. La trae a la Carraca en 1771 Sánchez Bort y se coloca en 1773, tras mejorar su regulador Antonio Delgado. En 1777 éste mismo construye otra que extrar 198 arrobas de agua al aumentar su cilindro a 2 pies de diámetro y 7 de altura; seguía teniendo los mismos pistones y su entretenimiento diario en jornales, astillas y reparaciones era de 236 reales de vellón, frente a los 2.153 que consumían las 20 bombas de cadena auxiliares; lá máquina costó 278.433 reales y para su amortización se tardarían 5 meses.

     Como anécdota diremos que la iluminación de los diques se conseguía a base de faroles de petróleo hasta que en 1883 se proyecta la electrificación de la Carraca, previéndose que el tendido para las gradas como para los diques fuese subterráneo.

     Terminamos reseñando que el problema del fango, tan anejo a la Carraca, pronto afectó a este primer dique. Así, en 1778, el C.F. Ingeniero Fernando Casado de Torres, al ver como el fango dificultaba la apertura de las puertas, idea nuevos modelos de dragas de vapor para sustituir a los pontones de ruedas y cucharas, y a los molinetes de manga de la limpia. El proyecto, aprobado por Valdés, no logró los créditos necesarios. Lo mismo ocurrió otros proyectos similares de Agustin Betancourt. Por tanto, los viejos pontones siguen operativos hasta la compra de una draga a vapor en 1821. 

Arsenal de la Carraca, junio 1994
Ana García-Junco del Pino

viernes, 15 de junio de 2012

El alumbrado en el Arsenal de la Carraca

     Apenas tenemos noticias sobre este tema referidas a los primeros tiempos de la existencia de este Arsenal. No obstante, si leemos la Instrucción a observar por el Cuerpo de Marina... de 16 de junio de 1717, dada en Cádiz, vemos que los primeros sistemas de iluminación utilizados fueron los fuegos, las cuerdas encendidas y las lámparas de sebo. Todas ellas constituían un peligro en potencia pues atañían a unos recintos en los que la combustibilidad de los materiales era uno de los riesgos latentes, pues se trataban de embarcaciones y los materiales para su construcción, especialmente maderas. jarcias, estopas....

     La Instrucción General sobre Arsenales de 1730 refiere, en primer lugar, que a las 20.00 horas no debe haber ninguna luz encendica en estos, al menos sin permiso del Capitán de la Maestranza. Añade, además, que en todo caso se utilizarán lámparas metidas en linternas cerradas, bajo las cuales habrá un recipiente con agua. Esas normas nos muestran el grado de conciencia de la peligrosidad que entrañaba el alumbrado artificial en este tipo de recintos.

     Estas formas de iluminación fueron usadas en el Arsenal de la Carraca hasta mitad del siglo XIX. Entre 1840 y 1850 sabemos que se construyeron e instalaron máquinas de vapor con baterías y calderas, que fueron la fuerza motriz para el alumbrado (1), aunque el Ministerio de Marina no consideró económico su rendimiento. Debido a esto, los talleres y dependencias de La Carraca siguieron recurriendo a las velas de sebo. Una Real Orden de 15 de noviembre de 1854, alegando  motivos de ahorro tan unidos a nuestros presupuestos de la Armada, exige la supresión de las velas de luces de sebo de los faroles que llevaban las rondas y algunos otros, con efecto de enero de 1855. La misma prevé la transformación que habrán de sufrir los faroles para poderse alimentar de aceite en vez de sebo. Así mismo, en el presupuesto de ese año, se prevé que los vecinos residentes habrán de correr con los gastos de su propia iluminación.


     El 6 de febrero de 1855, una Real Orden aprueba el Reglamento de luces de Francisco Javier Márquez, que se aplicará el primerpo de marzo de ese mismo año. Ese día cesará el abono de las velas de sebo para reemplazarse por el de aceite. Se darán diariamente de octubre a marzo 5 onzas de aceite, los meses restantes sólo recibirán 4 onzas. Las luces interiores de los edificios las costearán sus moradores.

     Por esos años, La Carraca contaba con una serie de puntos de luces que su propio Comandante General juzgó como necesarios; tras su informe se establecieron 3 para las rondas debido a la amplitud del recinto; 3 para las puertas de tierra, mar y presidio; 4 para las balandras de custodia, 6 para los puestos de guardia, 2 para los establos de bueyes, 3 para la iglesia y sacristía, 1 para el hospital provisional, 20 para las cuadras del presidio, 1 para cada buque desarmado, 1 para los cabos de luces y 24 para cuarteles, oficinas, marinería, maestranza y dotación de falúas.

     Entre toda la marinería se nombraron 2 cabos de luces; estos eran los encargados de repartir el aceite de los faroles, encenderlos y apagarlos, así como velar por su limpieza.

     El proyecto de electrificar este Arsenal no había quedado en el olvido y aun se seguían haciendo estudios viables. Mientras tanto, enconctramos dos Reales Ordenes, de 30 de junio y 5 de julio de 1882, que establecen que este Arsenal habrá de regirse, en cuanto al servicio de luces, en el mismo régimen que los del Ferrol y Cartagena; hebrá de utilizar gas o petróleo y estas partidas se cargarán en las cuentas de pertrechos en vez de en las de víveres, como hasta entonces se había practicado. La Carraca, no obstante, no llegó a tilizar el gas ya que su canalización resultaba antieconómica por la distancia que le separaba de San Fernando.

     En 1883 encontramos varias Reales Ordenes alusivas al tema. La de 2 de marzo nos expresa que el alumbrado eléctrico está en vías de hecho, aunque una anterior, de 12 de febrero, establecía el número de luces de aceite que debían instalarse para alumbrar las embarcaciones menores y buques desarmados, fijándose en 33 obligatoriamente. Otra de 7 de abril, incrementa en 2 su número: una para la ronda y otra para la estancia de bueyes.

     Victor María Concas (2) atribuye el proyecto de electrificación a los oficiales ingenieros Puga y Hezode. Se utilizará el sistema de incandescencia de Edison. Dos máquinas dinamo-eléctricas, movidas por un motor Brotherhood de 45 c.v. y alimentadas por calderas de vapor, darán luz a 150 lámparas de 16 bujías ó 300 de 8. Estas máquinas se ubicarán en el punto más centrico del Arsenal, el taller de herreros de ribera. De allí saldrán 5 cables principales dobles que distribuirán la energía medianmte una conducción aérea fijada en postes y edificios; tanto en las gradas como en los diques la conducción será subterránea para no entorpecer sus labores. Cada lámpara se distanciará a 30 metros y habrá una llave que podrá apagarlas cada dos. En el caño de la Culebra habrá una luz cada 80 metros. El coste del proyecto asciende a 62.474 pts. y el del consumo anual se presupuesta en 11.000 pts. Se colocarán un total de 171 lámparas de 16 bujías y 249 de 8.

     Durante estos años se encarga de elaborar otro proyecto de electrificación el profesor de la Escuela Naval Militar, José Luís Díaz y Pérez Muñoz, quien había ayudado a Isaac Peral en su proyecto del primer submarino de propulsión eléctrica del mundo.Trabajando sobre el terreno, la humedad de la Carraca agudizó su enfermedad reumática muriendo en 1887, sin haber finalizado su proyecto.(3)

     Una Real Orden de 21 de setiembre de 1906 hace que se instale el alumbrado eléctrico para poder trabajar dentro de los buques. El Comandante Ingeniero y Jefe de Ramo Salvador Páramo y Aguilar ejecuta la obra siendo felicitado por el rey (4).

     En 1922 la casa Siemen instala una estación transformadora y convertidora, sobretodo para el alumbrado. Pero será a raiz de la Real Orden de 13 de junio de 1924 cuando la Carraca se pone a la cabeza de la modernización eléctrica. La obra de la electrificación se adjudica a la Siemens-Schuckert-Industria eléctrica S.A.tras varios estudios realizados por ingenieros y oficiales, y tras pruebas en distintos emplazamientos del Arsenal.

     La Compañía Sevillana de Electricidad proporciona energía trifásica a 30.000 v. que llega por dos líneas aéreas separadas, una de las cuales será de reserva. La Siemens se encarga de instalar una estación transformadora, adosada a la estación principal, de nueva planta. Es de hormigón armado, resistente a grandes cambios de temperatura, a la humedad, salinidad... tiene amplias chimeneas y está protegida de las lluvias, sobretensiones y fuego. Además se instala un grupo convertidor síncrono de 285 kv. y, como precaución extrema, dos grupos diesel que dan absoluta independencia al suministro eléctrico. Son terrestres, de 4 tiempos, 4 cilindros refrigerados por agua de mar y con 450 c.v. a 250 r.p.m para marcha continua (5).

La Carraca, agosto 1994
Ana García-Junco del Pino


la medalla conmemorativa de la defensa del Arsenal de la Carraca

La medalla conmemorativa de la defensa de la Carraca

Hoy queremos evocar una importante faceta de la historia de este islote -tan querido para nosotros-  donde se encuentra el Arsenal de la Carraca.

Apenas se accede a este recinto podemos ver, a la izquierda de la avenida principal, una escultura tallada en piedra blanca con una forma ovoide. si continuamos penetrando en él y entramos en la bien cuidada "Cámara de oficiales", observaremos esta misma figura reproducida en una especie de biombo de vidrieras presidida por una enseña nacional, que perteneció a esta base naval.

 Ambas representanciones tienen su origen en una medalla de bronce, con forma elíptica, de 38 mm. de diámetro mayor y 31 mm. en el  menor, con una corona mural sobrepuesta. Su anverso muestra una alegoría que representa a la Marina en el momento de vencer en la Carraca. En la parte superior de la circunferencia aparecen las palabras LEALTAD, DESINTERËS y VALOR. En la inferior figura la fecha del suceso. Su reverso, entre ramas de laurel y roble, presenta la la siguiente inscripción: A LOS DEFENSORES DE LA CARRACA, LA PATRIA AGRADECIDA.

Esta medalla fue creada por un decreto del Gobierno de Castelar el 8-10-1873, para conmemorar la defensa de la Carraca en ese mismo año, que establece que deberá ser usada pendiente de una cinta de color verde-mar con lista grana en los extremos. La recibieron todos aquellos que defendieron materialmente la Carraca desde el 19 de julio al 2 de agosto de 1873 y fue acuñada por el Estado. Esta medalla al mérito naval estaba pensionada con 7,50 ots. al mes y era de carácter vitalício, según decreto de 30 de agosto de 1874.

El 4 de setiembre de 1874, otro decreto concede esta misma cruz, aunque en plata, a varios escribientes de la Carraca, previa solicitud, con distintivo vertical; la misma pero con los colores de la cinta horizontales y sólo durante el tiempo que estén en el servico, fue concedida por Real Orden de 13 de setiembre de 1875 a varios operarios, fogoneros y marineros que cursaron instancias reclamándola.

Nace la medalla como agradecimiento del gobierno a unos hombres que, presididos por el Capitán General del Departamento, se comprometieron a defender hasta morir el puesto confiado a su honor; se guiaron por el propósito de cumplir su deber militar de enaltecer el cuerpo de la armada y sacrificar su vida por la paz y ventura de la patria, sin aceptar recompensa por el servicio prestado.

Así li expresa el parte oficial remitido por el Capitan General del Departamento, C.A. José Ignacio Rodríguez de Arias y Villavicencio, quien renunció al empleo de V.A., al que fue promovido por estos sucesos, mostrando la firmeza de los compromisos adquiridos por este grupo de jefes y oficiales.

De este modo sucinto queremos mostrar los hechos que motivaron la creación de esta medalla. Estos ocurren en el último tercio del siglo XIX, recién estrenada la 1ª República. Epoca de constantes conmociones políticas y afanes internacionalistas y federalistas.

En la exposición de los hechos seguiremos a Nicolás Muiños y Muiños, comisario de Marina y parte activa en estos, a la par que autor de una obra editada ese mismo año en Cádiz, en la imprenta de la Revista Médica de Federico Joly y Velasco, titulada la Marina en San Fernando: reseña histórica de los sucesos ocurridos en el Departamento de Cádiz y defensa del arsenal de la Carraca desde el 4 de julio...

Desde esta fecha el comandante Mota, capitán de la milicia de San Fernando, 1º alcalde y presidente del club liberal e internacionalista, organizaba motines y huelgas entre la maestranza del Arsenal, solicitando la destitución de algunos maestros al Capitán General, para reemplazarlos por sus adeptos. Su milicia hostgaba con frecuencia a la Marina. Los hechos se agravan al declararse en Cádiz el Cantón federal el 19 de julio de 1873. Ese mismo día se proclama en la Isla y se solicita la adhesión de la Marina. El Capitán General responde que sólo obedece al gobierno y sirve al país. Aquí se entabla, por tanto, el enfrentamiento.

En esta época, la Capitanía General se ubicaba en la antigua sede del la Escuela Naval, hoy Escuela de Suboficiales, situada en la Población de S. Carlos separada, por la estación de ferrocarril, del resto de la población de San Fernando, donde vivían las familias de los marinos entremezcladas con los demás lugareños.

Varios factores hacen que la situación de la Marina esté en desventaja; los insurrectos son aproximadamente 1.500 voluntarios que reciben, vía férrea, ayuda de los voluntarios gaditanos. Los militares serán unos 600. Los primeros cuentan con importante artillería y en su territorio quedan las familias de los marinos, pues las trincheras se establecen en la estación del ferrocarrrril, que separa los acuartelamientos del pueblo.

La población de San Carlos parece sitiada; por tanto, en la madrugada del 21 las fuerzas del Capitán General se repliegan al Arsenal de la Carraca al objeto de defender los barcos e intereses estatales allí depositados. Allí se encontraban la fragata Navas de Tolosa, la corbeta Villa de Bilbao, la goleta Diana y los vapores Liniers, Colón y Piles. Para la defensa se contaba, además, con las baterías del Parque: S. Carlos, Santa Rosa, Diablo y Topete. No sólo había que defeder el Arsenal, había que impedir que estas fuerzas insurgentes se extendieran; de ahí que se mandasen dos compañías de Infantería de Marina a Puerto Real para impedir su psaohacia el Puerto de Santa María y Jerez.

La defensa de la Carraca transcurre desde el 21 de julio al 2 de agosto, escasos días pero intensos en ataques. Hubo más de 80 horas de fuego  y los cañones de los buques, junto a las baterías del Arsenal,  lanzaron más de 6.200 proyectiles de todos los calibres. Durante el sitio se crearon nuevas baterías de defensa: Parejo, Oca, Sirena, Arsenal, Marina y Soldado, mandadas por tenientes de Navio que demostraron su valía ante los ataques enemigos provenientes del Puente Zuazo, Punta Cantera (CLICA), Laboratorio de Mixtos, edificios de San Carlos..... El Arsenal estaba incomunicado por mar, pues los cantonales habían tomado Puntales y la Punta de San Felipe; escaseaban las municiones, aumentaban los heridos y los buques mostraban importantes desperfectos. El Ayuntamiento de Jerez, en estos momentos, alentó la defensa obsequiando con artículos de los que carecía el Arsenal, anticipando los fondos necesarios para dar una paga a cuenta de la que debía el Estado; además, este Ayuntamiento y el del Puerto de Santa María, le proporcionaban noticias a diario.

Ante la noticia de la llegada a Puerto Real de un batallón del Regimiento de Zamora, mandada por el General en jefe  del ejército de operaciones de andalucía, las fuerzas cantonales huyen en desbandada hacia Cádiz y Chiclana. Así las Tropas toman San Fernando, desarman a las milicias voluntarias, cierran los cantros políticos y nombran un Ayuntamiento interino.

A las 12,00 horas del día 3 de agosto vuelve el Capitán General a San Fernando. La defensa de la Carraca se ha consumado. La bandera cantonal, más ensangrentada que roja por la violencia desatada, no pudo ondear en el Real sitio del Arsenal de la Carraca ya que la Junta de Guerra establecida en él supo sacar partido a sus escasos recursos, mostrando todos los asediados un comportamiento heróico.


La Carraca, 4 de agosto de 1994.